miércoles, 28 de marzo de 2012

Ruiz Gallardón y la libertad de la mujer





"Was will das Weib?"
(¿Qué quiere la mujer?)
Sigmund Freud

Últimamente, el flamante ministro de justicia del PP, Alberto Ruiz Gallardón, ha venido afirmando en sucesivas declaraciones públicas que  "La libertad de maternidad es lo que a las mujeres les hace auténticamente mujeres", Con esta afirmación pretende Gallardón justificar una iniciativa legislativa tendente a modificar en sentido restrictivo las leyes que garantizan el derecho al aborto. En concreto, se trata de sustituir la ley del aborto hoy vigente, que autoriza la interrupción del embarazo dentro de determinados plazos dejando a la mujer la libertad de decidir, por otra legislación que se base en supuestos, sometiendo la opción de la mujer a condiciones establecidas por el legislador. Obviamente, la facultad de la mujer de interrumpir su embarazo cuando no desee llevarlo adelante quedaría cercenada por ese regreso a una legislación que pone a las mujeres bajo tutela médica o moral. 

El oportunismo del ministro resplandece en su argumentación, pues la limitación de un derecho legal se presenta como el desarrollo de otro derecho más importante y más real. El derecho al aborto se compara con el derecho a la maternidad de tal modo que el uno parece oponerse al otro. Como en todo sofisma, la argumentación de Gallardón mezcla elementos de verdad con una mentira que los desvirtúa. Es perfectamente cierto que el derecho a la maternidad y a la paternidad de muchos ciudadanos españoles está hoy fuertemente limitado por la imposición a las nuevas generaciones de la precariedad económica masiva, el desempleo, los bajos salarios y la imposibilidad efectiva de acceder a una vivienda. Estos elementos sitúan la tasa de fertilidad de la población española entre las más bajas de Europa. Las medidas de austeridad que está adoptando el gobierno del que forma parte el señor Gallardón no parece tampoco que vayan a corregir esta situación creada desde hace muchos años por distintos gobiernos tanto del PSOE como del PP. Tampoco parece que vayan a introducirse en España los subsidios por maternidad o los subsidios familiares existentes en los países europeos desarrollados y aún menos que el actual gobierno tenga entre sus planes introducir una renta básica que dé a los futuros padres y madres la establidad económica necesaria para tener hijos. En resumen, es cierto que el derecho a la maternidad, en el sentido de la capacidad material de acceder a ella se ve fortísimamente limitado en nuestro país en relación con otros países europeos vecinos. Afirma así Gallardón que ""mientras exista la más mínima posibilidad de que una mujer no pueda en plenitud ejercer su derecho a la maternidad, este Gobierno tendrá siempre la solidaridad, y no la actitud de silencio cómplice culpable que practica el Partido Socialista". En el contexto actual estas palabras sólo pueden interpretarse como una afirmación cínica, pues obviamente, el gobierno no está dispuesto a poner los medios necesarios para que los ciudadanos puedan tener hijos en condiciones de seguridad económica adecuadas, pero sí que está dispuesto a recortar gravemente la libertad de las mujeres a disponer de su propio cuerpo.

Lo que, sin embargo, es falso y propiamente sofístico en la argumentación del ministro es que el derecho a abortar sea contrario al derecho a la maternidad. Un derecho es una facultad que puede ejercerse o no ejercerse: un derecho que debe ejercerse obligatoriamente, deja de ser un derecho o una libertad y se convierte en una imposición. El derecho a abortar no niega, sino que da sentido al derecho a la maternidad, del mismo modo que el derecho a la libertad de expresión se ve confirmado y no negado por el derecho a mantener silencio o la libertad de circulación de las personas no implica que estas se conviertan obligatoriamente en nómadas. En la Rumanía de Ceausescu o en la España de Franco, el aborto estaba tajantemente prohibido, pues la principal función de la mujer era reproducir la especie, independientemente de su voluntad. Son de todos conocidas las espantosas historias de abortos ilegales realizados en condiciones pelgrosísimas para la salud de las mujeres y humillantes para su dignidad. La película rumana de Christian Mungiu Cuatro meses, tres semanas y dos días (2007) nos narra una de estas espantosas historias de opresión y humillación de las mujeres, pero también nos habla de la corrupción, las ilegalidades y los abusos que supone la prohibición de un derecho elemental. La limitación del derecho al aborto promovida por el ministro español de justicia nos hace regresar a estos universos totalitarios.

Un elemento fundamental de la argumentación del ministro es la idea de que existe una "naturaleza de la mujer", algo que "hace mujer a la mujer". Gallardón cita aquí, desviándola, una frase de Manuel Azaña quien decía muy kantianamente que "la libertad no es aquello que hace felices a los hombres, pero sí aquello que les hace libres". El presidente Azaña desligaba con esa frase la felicidad de la libertad, insistiendo en el hecho de que en una constitución republicana, el objetivo del gobierno no es garantizar la felicidad (imposible tarea) sino establecer un marco para la libertad. El fundamento de esa afirmación es que no pueden inferirse de las condiciones naturales y empíricas que pueden o no hacer al hombre feliz, los fines morales en los que se despliega la libertad. En otros términos, que el hombre no es sólo un ser natural, sino sobre todo un ser moral dotado de libertad. Ningún gobierno respetuoso de la primacía de la libertad puede basarse, según Kant o según Azaña, en un supuesto conocimiento de la esencia natural del hombre que permita determinar cuáles son los medios de su felicidad. El gobierno que lo pretendiera, afirma Kant, se convertiría en el más absoluto de los despotismos. Vale la pena citar aquí el bello pasaje de Kant que se encuentra en su texto “ Sobre el tópico: Esto puede ser  correcto  en teoría, pero no vale para la práctica”: 

Nadie puede obligarme a ser feliz a su manera (como se figure el bienestar de otros hombres), sino que cada uno puede buscar su felicidad por el camino que prefiera, siempre que no cause perjuicio alguno a la libertad de los demás para perseguir un fin semejante, la cual puede coexistir con la libertad todos según una posible ley universal (es decir, según el derecho del otro). Un gobierno que se estableciera según  el principio de benevolencia para con el pueblo, como un padre para con sus hijos, es decir, un gobierno paternalista (imperium paternale), en que los súbditos, como niños menores de edad, que no pueden distinguir lo que es útil o nocivo, se ven forzados a comportarse de manera meramente  pasiva,  para  aguardar  del juicio  del  jefe  del  Estado  el modo en que deban ser felices, y de su bondad el que éste también quiera que lo sean, tal gobierno es el mayor despotismo imaginable (una constitución que suprime toda libertad de  los súbditos, que carecen, por tanto, de derecho en absoluto)". 

Poco atento al auténtico contenido de la frase del presidente de la República, el ministro de la monarquía juancarlista afirma que existe una esencia de la mujer y que el gobierno debe atenerse a ella en su actuación. Esa esencia determina para la mujer una finalidad principal que hace que "la mujer sea mujer": tener hijos, parir. El respeto por parte del gobierno a la libertad de la mujer consiste en fijarle una esencia y un fin naturales, cuyo cumplimiento denomina Aristóteles "felicidad". En otros términos, como el déspota filantrópico kantiano, Gallardón pretende que las mujeres se vean obligadas a ser felices cumpliendo su supuesta función natural. Sabemos, sin embargo, desde Lucrecio y, más tarde, Spinoza que toda afirmación de una finalidad natural es proyección imaginaria de un deseo inconsciente. Ni las plantas que podemos comer están ahí para que las comamos, ni los dientes están en nuestra boca para que mastiquemos, ni, en general, salvo en un delirio teológico, el mundo ha sido creado con vistas a la felicidad del hombre, ni el hombre para la satisfacción de Dios. La mujer puede tener hijos del mismo modo que también puede masticar con sus dientes y ver con sus ojos, pero no han sido "creados" sus dientes para la masticación, ni sus ojos para la visión, ni su vientre para la reproducción. La especie humana es capaz de disociarse de unas supuestas finalidades naturales y de contemplar más allá del delirio teleológico su verdadera condición de seres sin lugar preciso ni finalidad en la naturaleza, de seres contingentes y, en ese preciso sentido, libres. El gobernante que ignore esta libertad y pretenda regir la sociedad conforme a una supuesta esencia natural de las distintas categorías de ciudadanos no sólo nos hace regresar a un delirio supersticioso, sino que nos somete al « mayor despotismo imaginable ».



3 comentarios:

Alberto dijo...

Me cuenta una compañera que trabaja en una clínica que muchas mujeres peperas, católicas, etc, después de abortar pierden los nervios y gritan a médicos y demás personal: ¡ASESINOS!

Diaporia dijo...

Totalmente de acuerdo.
Felicidades por la entrada, la recomendaré allí donde pueda.
Un saludo.

Benjamín dijo...

Pero en mi opinión, modesta, no entras en la raíz del problema moral. Que existe, por más que sea discutible si debe dirimirse exclusivamente en la conciencia de la mujer o reflejarse también en un reproche ético o en un castigo penal. Yo no creo que, de hecho, avancemos gran cosa por medio de la persecución penal, pero hurtamos un elemento de reflexión si trivializamos el conflicto reduciéndolo a una mutilación voluntaria de la gestante, como se deduce de la expresión "uso de su propio cuerpo", como si el cuerpo fuera algo que está ahí fuera, un objeto, un instrumento exento del que el yo (¿quién, si no es el cuerpo?: ¿el alma, la mente, la res cogitans de Descartes?) hace un uso libre y autónomo. Aun en el caso de que el aborto pudiera ser el resultado indetectable e indiscernible de un acto de voluntad individual, aun así seguiría siendo real que un ser humano suprime una vida humana distinta y sufre por ello. Un hecho, el aborto, que sin duda entra en la conciencia de manera dolorosa, pues secciona un continuidad vital en la que el individuo ve claramente comprometida la supuesta independencia absoluta del yo (que es un fantasma). Y ello es así, precisamente porque la identidad humana no consiste en un ser en sí y para sí, sino en un ser desde los otros, con los otros y en los otros, en una identidad dialécticamente especular y en continuo movimiento. La gestación no es sino la manifestación biológica primera de cómo ser humano, estar en esta manera de emerger y sumergirse en la corporeidad, es ser cuerpo y ser espacio de circulación de identidades, tejido y diálogo de la materia reconstruida, que se subsume en la articulación de un genoma abierto a la identidad, múltiple ahí fuera, y a la respiración de lo humano en los otros y por los otros. Aquí vemos la radicalidad del conflicto: el modo como todo yo humano se desgaja de otro cuerpo, viene del carácter fronterizo de lo vivo, de que existir es trabajar en la aduana del yo, y quizá es en la gestación donde nuestro carácter de intercambiador material de lo que antaño se llamaba espiritual nos define y nos proyecta a lo largo de la vida.