miércoles, 18 de noviembre de 2015

El no acontecimiento de París

"Para todos los hombres, dígase lo que se diga, siempre hubo una sola moral. Los nazis, a pesar de su conducta, no eran una excepción. Hitler llamaba a Churchill "belicista desacreditado". No decía: "Yo quiero la guerra, yo soy agresivo y los ingleses son inmundos partidarios de la paz y de la comprensión entre los hombres". No hay que olvidar que Atila significa el padrecito." Jorge Luis Borges, citado por Adolfo Bioy Casares en Borges, Barcelona, Planeta, 2011, p.335)


Un acontecimiento no es cualquier hecho. Pueden y suelen producirse hechos que no son acontecimiento : son aquellos que reproducen el orden existente enmarcándolo en un tiempo muerto que se repite en su vacuidad. Un acontecimiento es, por el contrario, un acto o un hecho que sobresale, que marca la irrupción de un tiempo nuevo, de un nuevo orden de cosas. Desde ese punto de vista es difícil calificar lo que ocurrió anteayer en París de « acontecimiento ». Lo que se produjo anteayer en París y hoy en Raqqa es una escenificación grotesca del espectáculo de la soberanía en un período -la globalización- en que la soberanía es un mero recuerdo de un orden pasado. Existen ciertamente Estados formalmente soberanos, pero su margen de actuación autónoma frente al poder financiero es prácticamente inexistente. En cierto modo, el sueño del liberalismo, desde Adam Smith a Benjamin Constant, el de una sociedad sin política que se gobierna sin gobierno se ha visto realizado desde el fin de la Guerra Fría. Hoy, la soberanía solo existe como objeto perdido que en vano se intenta resucitar mediante la violencia, mediante la periódica reactivación como espectáculo de un poder soberano cuyo principal atributo es la facultad de « hacer morir ». En ese culto melancólico de la soberanía comulgan los Estados y quienes como el ISIS juegan a serlo.


En París, los yihadistas atacaron lugares de ocio y de espectáculo que consideran antros de « corrupción y depravación»: bares, restaurantes, un estadio de fútbol, el café-teatro Bataclan. Aparte de los motivos teológico-morales que exponen en su comunicado, hay en la intención de los atacantes una voluntad clara de ponerse al nivel del Estado francés y de los demás Estados europeos que intervienen en Siria. Ellos también bombardean, aunque sea mediante esa « fuerza aérea del pobre » que representan, en términos de Mike Davis, los suicidas cargados de explosivos. Ellos pueden sembrar indiscriminadamente la muerte, como los drones o los aviones de las coaliciones que atacan distintos objetivos en Siria e Iraq. El ISIS es una evolución de Al Qaida : si Al Qaida era el yihadismo en tiempos de la globalización, una simple franquicia sin territorio -en Afganistán, los talibanes los acogieron temporalmente, pero no era Al Qaida quien controlaba Afganistán-, el ISIS/DAESH/Estado Islámico (EI) tiene otras pretensiones. La primera de ellas ha sido dotarse de un territorio efectivamente bajo su control y actuar en él con una exhibición delirante de atributos de la soberanía : las decapitaciones y otras formas de ejecuciones filmadas reafirman su capacidad de matar dentro del territorio. Atentados como los de anteayer en París intentan reafirmar esta misma facultad soberana en su proyección exterior. En cierto modo, la brutalidad del EI, a pesar de que identifica a esa organización como la perfecta imagen del mal, casi caricatural, que a cualquiera le gustaría tener como enemigo, es un paradójico intento de dotarse de « respetabilidad ». Esto permite cifrar la inmensa torpeza de las autoridades del Estado francés, que se han apresurado a «declarar la guerra» al Estado Islámico, satisfaciendo así su máxima pretensión : que se reconozca su soberanía, que se reconozca al EI como sujeto posible de una relación bélica internacional. Este apresuramiento, por parte de un presidente débil e impopular de un país cuyo declive como potencia europea y mundial es evidente, es síntoma de la necesidad del régimen y del gobierno franceses de afirmarse como soberanos, respondiendo de inmediato a los atentados con el bombardeo de la ciudad de Raqqa, la «capital» del EI.


De este modo, ambos actores del sangriento espectáculo se legitiman recíprocamente ante los sectores sociales que les prestan apoyo. Mientras tanto, la realidad sigue su curso. Prosigue la masiva huida de refugiados de las zonas controladas por el EI hacia Europa acentuando la disolución de fronteras y Estados por abajo: desde las poblaciones y no desde los flujos de capital financiero. Por un lado está la multitud nómada, que escapa a las guerras y a la miseria, por otro, los intentos de captura de esta, por el EI, que las intenta mantener bajo amenaza en los espacios que controla y por los Estados europeos que intentan gestionar los flujos utilizando dispositivos fronterizos móviles y filtrantes (controles, selecciones, campos de internamiento, identificaciones, etc.). Los intercambios de violencia real y simbólica y el control de los flujos de refugiados constituyen hoy una nueva economía simbólica entre distintas zonas del sistema mundo, se trata de hechos dentro de un sistema, no de acontecimientos. El único acontecimiento es el éxodo, los éxodos internos y externos. ¿Podrá el poder neutralizar a los nuevos movimientos sociales y políticos como ya hiciera tras el 11 de septiembre con el movimiento antiglobalización? Hay que construir una defensa activa de la paz y de lo común frente a los cierres soberanos.

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